La alegría de la vida
hay que buscarla
en la presencia del trajinar
diario, en la puesta del sol
y en el declinar del día.
En los sueños felices
que adormecen nuestro
ser, para hacernos de
dulzura, de cálidos espacios
para vivir en armonía con
el sublime y esperanzador
pensamiento de un mundo mejor.
Un mundo donde no haya hambre,
no haya guerras, ni desamor
Sólo el sublime amor de
nuestro Dios, arropándonos
con su manto de luz.
domingo, 1 de abril de 2012
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